Recuerdo el primer pinchazo de mi primera
FIV. Lo recuerdo porque me dió la risa. Le había prometido a Él que le esperaría,
que lo haríamos juntos. Pero me pudo la impaciencia. Cargué el boli, puse la
aguja y alehop! De pronto una duda “¡¿he puesto la dosis correcta?!”. Y los
nervios. Y el tembleque. Y la risa…
Y así me encontró Él. Eufórica. Me sentía
poderosa. Una superwoman. Dando saltos por el salón de pura histeria.
La verdad es que tengo buen recuerdo de aquel
tratamiento. Nuestro tren fue una fiesta durante esos días. Todo iba muy bien,
“de libro”, dijo la doctora. Y llegamos al día de la transferencia con dos embriones
de tipo A, “perfectos”, nos repetían, y otros siete evolucionando en el
laboratorio.
Y por primera vez nos dimos permiso para
visualizar. Nuestros hijos. La posibilidad de ser padres concentrada en un
puñado de células. A un paso… Y así pasaron los días, con nuestros dos
“proyectos” en mi tripa: Yo, paralizada por la responsabilidad, incrustada en
el sofá con la espalda crujida. Él, convencido de su (doble) paternidad,
flotando por casa e imaginando nombres y situaciones. Y el estado de excepción se contagió a mis
padres, que ignorando estadísticas y probabilidades, daban por hecho mi
embarazo.
Hasta que el día 10 post-transfer… os lo
podéis imaginar. Ella. La puñetera. Ni progesterona ni sentido común. Cuatro
días antes de la beta, hizo acto de presencia.
Confieso que tomé aire profundamente, casi
con alivio. Llevaba más de una semana conteniendo la respiración, calculando
cada movimiento, sin ser dueña de mi cuerpo. Como si llevara adosada una bomba
a punto de estallar.
Él no estaba en casa y yo me fui a correr. Y
mientras corría lloré por ellos. Por mis dos “posibilidades”, porque me hubiera
encantado conoceros…
Y así di por finalizado mi primer tratamiento
de reproducción asistida. Con una mezcla de incredulidad, sensación de
irrealidad y sentimiento de culpa por aquel primer pensamiento: “Al fin se
acabó. Vuelvo a ser yo”.
P.d.- De nuestro primer viaje sobrevivió un
pequeño embrión que logró convertirse en blastocisto. Lo vitrificaron y nos
empujaron a iniciar “en seguida” el tratamiento para implantarlo. Tuvimos
muchas dudas, ya que sólo era uno… pero el tren iba sin frenos. Y nos dejamos
llevar de nuevo.
Uff qué duro ...todo iba perfecto y la regla ¿os dieron alguna explicación?... entiendo ese sentimiento de "volver a ser yo" en mi ultima fiv, tenía tantas ganas de acabar con la incertidumbre...aunque en otras ocasiones como creía embarazada no quería despertar de ese sentimiento.
ResponderEliminarAqui me quedo para leer que pasó con ese blastocisto.
Un besito!
Fue una decepción enorme, y creo que nos sirvió para perder la inocencia ante el mundo de la reproducción asistida. Explicación? Ninguna. Mala suerte. Aunque el siguiente capítulo fue aún peor...
ResponderEliminarMuchas gracias por leerme!! Esta semana empezamos el "mambo" otra vez! Os iré contando...
Un beso!