Horas que parecen días, que parecen
semanas, que parecen meses…
Las lágrimas de mi padre cuando le
dije “estoy embarazada”. La sonrisa de mi madre. Los saltos de alegría de mi
hermano. Y nuestra complicidad ante un secreto que de momento guardamos como un
tesoro. El resto del mundo sigue girando… más
despacio que nunca.
Un ramo de rosas al llegar a casa, “porque
nunca fuimos tan felices como hoy”.
Los problemas del trabajo que ahora
me parecen pequeños, pequeños…
Las fuerzas perdidas que han vuelto
de golpe.
Mi confianza. Vuelvo a ser yo.
Mis ojos, por fin. Reconozco mi
mirada.
El abrazo de nuestros mejores
amigos que un día lucharon como luchamos nosotros. Y no lo consiguieron. Y
ahora esperan que su hijo llegue de un país muy lejano. Lloramos las dos porque
nuestros sueños empiezan a cumplirse. Y sé que ella está contenta a pesar de su
dolor. Y no hay amistad mejor ni más limpia…
Y el miedo.
El miedo que me impide pensar en mi
hijo.
El miedo de que todo esto termine. Que
no vaya bien. La sensación de estar haciendo equilibrios al borde de un
precipicio.
El miedo y yo. Hoy hicimos un
trato.
Yo le respeto y él no me acecha.
Solo falta una semana para nuestra
primera eco. Solo. Y a mi me parece una eternidad…