jueves, 8 de septiembre de 2016

Cesárea programada y atonía uterina



Mi Niño Bonito cumple este viernes 7 semanas. Un mes y medio durante el cual ha aprendido a mirarnos a los ojos, a jugar y a reírse de un modo irresistible. Casi 50 días han sido suficientes para enamorar a abuelos, tíos, primos, amigos y vecinos. Y por supuesto a nosotros. Nuestro bebé es un tragón de 4,6 quilos, tranquilote y alegre. Un bombón. Una joya. Un milagro que nos compensa la pesadilla que vivimos el 22 de julio.
 
Ingresamos a primera hora moderadamente tranquilos. El equipo de obstetricia que me hacía el seguimiento del embarazo decidió programar la cesárea justo el día que cumplía las 37 semanas. Estábamos contentos. Mi placenta previa no llegó a dar síntomas y solo nos quedaba un pequeño paso para ser padres.
 
La cesárea fue bien. Había riesgo de sangrado porque mi placenta no solo era previa si no también anterior. Es decir, se había implantado en la parte baja de mi útero y en la pared frontal, justo donde debía hacerse la incisión. Así que para sacar a mi niño tenían que cortar primero la placenta y luego correr muy mucho para evitar que ninguno de los dos perdiera más sangre de la necesaria. Y todo fue bien. Lo noté enseguida: todos los que estaban en quirófano (unos 10, entre gines, matronas, anestesista y demás) se relajaron y empezaron a bromear conmigo. Y yo estaba tan atontada por el subidón de adrenalina que casi no podía ni responder. Pero estaba tranquila. Ni eufórica ni emocionada. Solo tranquila, envuelta en una paz extraña. Me enseñaron a mi niño y se lo llevaron con su padre a hacer el piel con piel. Luego me contaron que mi chico lloró al verlo. Que pudo experimentar las sensaciones que yo me perdí. Los vi un segundo de camino a recuperación. Él me besó. Tenía los ojos rojos. Y nuestro hijo dormía en sus brazos.
 
La hemorragia empezó a los 20 minutos. Justamente en ese momento habían dejado entrar a mi chico y al bebé para que estuvieran conmigo. Pude ver su cara de terror mientras notaba como la cama se llenaba de sangre. Una ginecóloga los sacó de allí y los dejó sentados en una silla en medio del pasillo. Empezaron a entrar médicos y algunos de ellos se subían encima de mí, apretando el útero con todas sus fuerzas. Es uno de los protocolos que se siguen para resolver una atonía uterina. Mis gritos se escucharon por toda la planta. Pensé que me desmayaría por el dolor. Ojalá. Pero no.
 
La atonía uterina se produce cuando una vez expulsada la placenta el útero no se contrae para volver a su tamaño original y se queda distendido. Al no haber ese ejercicio de contracción, los vasos sanguíneos y las arterías uterinas siguen sangrando. Mucho. Y si la hemorragia no se detiene, la única solución es extirpar el útero para evitar que la madre entre en shock y muera.
 
En mi caso, después de 10 horas, consiguieron controlar la situación. Me libré de la histerectomía. Y por la noche pudieron bajarme a la habitación donde me esperaba mi familia, totalmente desencajada por la preocupación. Perdí mucha sangre, estuve ingresada una semana y aún tengo anemia.   
 
No diré que al tener a mi hijo en brazos todo se olvida porque estaría mintiendo. Le quiero, le quiero muchísimo, pero me está costando un mundo superar todo aquello. A veces tengo pesadillas. A veces siento que no he parido, que no he pasado por el proceso físico de convertirme en madre, porque las 10 horas que pasé en reanimación son como un agujero negro que ha engullido cualquier recuerdo de aquel día. A veces me miro la cicatriz y no me reconozco. Y lo peor de todo: dudo que vuelva a intentar un embarazo. Seria incapaz de vivirlo con normalidad, sin terror al parto. Y ya no puedo soportar más miedos… 
 
Sobre los días que pasé en el hospital y mi intento de lactancia materna escribiré otro día… Niño Bonito se acaba de despertar y eso sí que no quiero perdérmelo.
 
 

lunes, 1 de agosto de 2016

Nuestra última estación

 
 
Llegamos. Desde hace 10 días somos padres. Mi niño bonito, pequeño, soñado es tan perfecto como imaginé.

Nada es comparable a esta sensación, a este amor inmenso, a la paz de nuestra casa que ya tiene su olor.

La canción que le cantamos durante el embarazo es ahora nuestro himno: “Ens en sortim” Lo conseguimos. Y lloramos los dos, al escucharla, mientras él sonríe. Nuestro milagro. Nuestro regalo.

Nada más conocerle la vida nos puso una prueba más. La cesárea se complicó. Nos asomamos al abismo. Se helaron las sonrisas y las horas. Pero salimos adelante. Cuando consiga alejar la pesadilla escribiré sobre ella. Por el momento prefiero dejarla en un cajón.

Nuestra última estación es tan dulce, tan luminosa, que nada puede oscurecerla. Desde ella os escribo, sentada en un banco de madera, viendo alejarse el tren al que nos subimos hace 4 años.


Respiro.


Recuerdo.


Y aquí me quedo, por fin.


 

domingo, 10 de julio de 2016

35 semanas: placenta previa oclusiva


 
El viernes pasado cumplimos 35 semanas de embarazo. Un gran logro para nosotros, teniendo en cuenta de donde venimos!
 
En la eco de los tres meses nos empezaron a hablar de “placenta baja”. Aunque la doctora R. frunció el ceño al ver el informe, nos aseguró que aún era pronto, ya que con el crecimiento del útero la placenta puede desplazarse y dejar libre el canal de parto.
 
En la revisión de la semana 20 nos confirmaron el diagnóstico y le dieron un nuevo nombre: mi placenta ya no era baja, si no “previa oclusiva total”. Y le adjuntaron una coletilla: “es difícil que suba”. La palabras exactas de mi gine del seguro fueron que “hacía tiempo que no veía algo así” y nos recomendó acudir al Hospital público de referencia de nuestra Comunidad para hacernos el seguimiento de embarazo de riesgo. En ese momento, volvió el pánico a nuestras vidas y con él, las búsquedas en Google, la incertidumbre, las lágrimas y la preocupación.
 
Una placenta previa oclusiva como la mía (con el grado de riesgo mayor) “puede” provocar hemorragias graves, ante las cuales debe hacerse una cesárea de urgencia. Y esa palabra, “puede”, esa posibilidad, nos atormentó durante semanas. En el Hospital público donde empezaron a atendernos se lo tomaron muy en serio. Presentaron nuestro caso al comité de obstetricia y nos dieron una lista de indicaciones de obligado cumplimiento: Baja laboral inmediata, nada de relaciones sexuales, prohibido coger peso, no hacer ejercicio y vida muy tranquila, “como unas vacaciones relajantes”. Siguiendo estos consejos “puede que no pase nada. Si es así, os programaremos la cesárea entre las semanas 36 y 38, dependiendo de como estés. Si por el contrario empiezas a sangrar, vente pitando”.
 
El viernes pasado cumplimos 35 semanas de embarazo.
 
Y por una vez nos ha tocado estar en el porcentaje de los afortunados. Por el momento (crucemos los dedos) no he tenido ni una pequeña pérdida, ningún síntoma que haga pensar en un final precipitado. Para ser justos, esto ha sido posible gracias a mi pareja y a mis padres. Entre los tres organizaron un batallón de ayuda que ha incluido la limpieza de la casa, la preparación de la habitación de mi Niño Bonito, poner orden en todos los armarios, repintar paredes, reformar nuestro patio y llenado de nevera cada pocos días. A ellos se han unido, cuando han podido, el resto de la familia y amigos, sobretodo en estos últimos 15 días en los que mi tripa enorme y las cada vez más frecuentes contracciones no me han permitido hacer casi nada.
 
Y así estamos. Y esta es nuestra experiencia con una placenta previa. La siguiente meta es la cesárea, para la que aún no tenemos fecha. Es posible que esta semana salgamos de dudas, pero por ahora prefiero no pensar demasiado en ello. Sé que en cuanto lo haga volverán el miedo y las pesadillas, y después de todo, nos merecemos unos días más de felicidad, no?


martes, 7 de junio de 2016

30 semanas: "Cómo estás?"

 
 
30 semanas + 4 días de embarazo y dos preguntas frecuentes que me persiguen cada vez que piso la calle.
 
La primera: “Uiiiiii, ya no te queda nada, no? Debes estar a puntito…” Y yo no sé qué contestar. “Dos meses son muchos o pocos?” Para mí es un suspiro después de 4 años de búsqueda. Para el resto del mundo, una eternidad….
 
La verdad es que tengo una buena barriga. Soy de complexión delgada y todo se lo está quedando mi Niño Bonito. Ya pesa 1.800 gramos! Casi dos quilos de amor, ilusión y orgullo de madre. Y felicidad. Mucha felicidad. Lo que nos conduce a la segunda pregunta que me suelen hacer: “Y cómo estás? Cómo lo llevas?” A la que yo respondo con total seguridad: “Muy bien!”
 
Los que saben de mi placenta previa oclusiva (a la que dedicaré un post en breve) se me quedan mirando como si fuera una loca inconsciente. “En serio, estoy muy bien. Aparte de la placenta y el reposo relativo, solo he tenido tres infecciones de orina  y dos cólicos nefríticos. Por lo demás, todo perfecto!”
 
Todo perfecto.
 
Y es la pura verdad.
 
Llevo dos meses de baja y todos me desean que lo que queda de embarazo “se me pase muy rápido”. Y yo solo quiero parar el tiempo. Me gusta estar embarazada. Más de lo que imaginé. Los paseos por la playa, la alegría que nos envuelve y que se contagia a nuestro alrededor. El verano que empieza. Sus patadas y giros mortales dentro de mí.  
 
Sabemos que lo nuestro es un pequeño milagro, un regalo, una suerte que quizás no se repita. Y el miedo ya no importa, porque no tiene ningún sentido.
 
Hoy llegamos hasta aquí. Y cada día cuenta. Y cada semana es una más.
 
A veces le mandamos un mensaje a Doc para que sepa que estamos bien. Y él bromea: “Bueno, para ser el primero no está yendo tan mal. Al segundo mejoraremos algunas cosas!”
 
Y nos reímos.
 
Y después de tantos años de tristeza, qué bien suenan las risas en casa...
 
 
 
 

miércoles, 6 de abril de 2016

21 semanas: Doc, el miedo y la verdad


 
Sábado por la noche en un restaurante del centro. Miro hacia la puerta y reconozco la sonrisa de Doc que me observa al otro lado: “No me lo puedo creer!” Hace cinco meses que no nos vemos, concretamente, desde la eco de las 5 semanas, cuando escuchamos el corazón de mi bichillo latiendo por primera vez. Aún así, le escribo un mensaje cada mes contándole las novedades y la evolución de un embarazo que conseguimos entre todos. Justamente el viernes le mandé el último whatsapp:
 
-          “Todo marcha bien, mi NIÑO sigue creciendo, pero mi placenta ha decidido instalarse en la parte baja”.
 
-          “Pásame el informe que te han dado, a ver qué dice exactamente.”
 
-          “Placenta oclusiva por ambos lados. Difícil que suba a estas alturas. Ya me hablan de cesárea programada”.
 
Durante el encuentro me pregunta cómo estoy y yo le cuento solo una media verdad: “Muy bien, muy tranquila, de momento no he tenido pérdidas, así que hago vida bastante normal”.
 
La verdad es que a veces estoy tranquila. La verdad es que estas últimas semanas han sido un sueño. La verdad es que a veces me olvido de él, y de los tratamientos, y me creo que soy una embarazada normal. La verdad es que, de momento, mi placenta baja (o previa como también suele llamarse), no nos ha dado ningún susto.
 
Pero la verdad también es que por las noches me cuesta dormir. Hoy hemos empezado el seguimiento de embarazo de riesgo por la Seguridad Social. No dejaremos a la Doctora R., nuestra gine del seguro, porque nos hace sentir muy bien y muy acompañados. Pero la verdad es que estoy aterrorizada y necesito pensar que hacemos todo lo posible para que nuestro niño esté bien. Porque la verdad es que esta mañana, al salir del Hospital, el miedo ha vuelto como una bocanada de aire frío y las palabras “prematuro, sangrado y reposo” se me hacen un nudo en la garganta.  
 
 
El sábado me despedí de Doc con una sonrisa y él me respondió con un “que guapa estás!”
 
 
Al volver a mi mesa, le dije a mis amigos: “Es Doc! El medio-padre de bichillo!” Y todos nos reímos.
 
 
La verdad es que a veces vuelvo a ser yo y me entran una ganas locas de contaros que casi no he engordado pero que ya tengo una tripa muy, muy bonita. Que nos hacemos fotos y paseamos por la orilla del mar, y comemos helados, y pronto estrenaré biquini nuevo, e inventamos canciones absurdas y bailes ridículos, y somos de esos padres que tienen una ecografía colgada en la nevera. Que salgo a caminar por el pueblo con camisetas ajustadas y las señoras mayores me preguntan de cuanto estoy, y si ya sabemos si es niño o niña. Y yo me derrito de emoción mientras mi chico le habla a mi ombligo, poniendo voces graciosas , y le dice: “Eii, que soy tu padre! Y te voy a querer mucho, mucho, mucho…”
 
 
Pero la verdad es que aún no hemos comprado nada. Y paso de largo por las tiendas de bebés. Y sigo buscando en Google síntomas y posibilidades con el corazón en un puño.
 
 
Supongo que mi verdad, la Verdad de todas las que pasamos por esto, es así de difícil, contradictoria e intensa. Y aún así, si al final todo sale bien, la verdad es que la recompensa debe ser maravillosa.

 

domingo, 7 de febrero de 2016

13 semanas de amor y una entrada desordenada


Tumbada en el sofá, me toco la tripa en un gesto reflejo y siento “algo” en la palma de mi mano. Como un aleteo, una leve cosquilla… doy un salto: “Ai madre mía, que le he notado!!” Mi perro y Él me miran con cara de asombro: “No es un poco pronto?” Y hago cuentas: “Estoy de 13 semanas y 3 días. Igual sí, igual ha sido mi imaginación”. Pero en el fondo sé que no, que tengo razón, y sonrío…
 
La ecografía de las 12 semanas y las pruebas del triple screening salieron perfectas. Voy cruzando puentes, superando barreras, dejando atrás los miedos…
 
Aún así, veces me siento culpable por no “sentirme” embarazada. A veces me bloqueo y no quiero hacer planes, ni hablar con nadie de habitaciones, cochecitos o posibles nombres. Es como si no tuviera derecho, como si una nube sobrevolara mi cabeza dispuesta a descargar una gran tormenta.
 
Reconozco que la pesadilla va quedando atrás, pero como dijo Doc la última vez que nos vimos, no estoy “curada”.
 
A veces bromeo con la posibilidad de que me pase algo malo solo para hacerme la valiente. Y dejo a mi chico, mi familia y mis amigos sin aliento.
 
A veces, cada vez más, soy feliz. De pronto me siento ligera. Y solo a veces, me pongo la mano en la tripa, casi en un gesto reflejo, respiro hondo y sé que estás ahí. Tan pequeño, tan valiente… Y te hablo a escondidas para que nadie descubra lo mucho que te quiero, para que no vean como se me eriza la piel al pensar en ti. Que el mundo no sepa lo frágil que soy. Que la mala suerte pase de largo y se olvide de nosotros… porque tienes que ser tu, ya eres tu, y ya lo eres todo.